Résumé: | Gran parte de lo que se expone en La nueva cuestión urbana pone de relieve cómo la cuestión urbana de Castells ha quedado obsoleta: los retos y los espacios de lucha han cambiado notablemente desde entonces. El propio Castells era consciente de ello y, por eso, sintió (equivocadamente) que debía abandonar no solo su antigua cuestión urbana (La cuestión urbana), sino también el marxismo. El bebé marxista se fue por el desagüe junto al agua urbana. Para Castells, la forma en la que la gente común se organizaba en movimientos que asumían un papel diferente al de los sindicatos, que planteaban programas diferentes a los de los partidos políticos oficiales, que exponían los problemas de los recursos vecinales y la autogestión urbana, las preocupaciones de la clase obrera por la asequibilidad de la vivienda, temas fuera del dominio de las organizaciones tradicionales de izquierda, era la clave de la política urbana. A menudo, se trataba de quejas por problemas concretos, que atravesaban las divisiones «formales» de clase e involucraban a elementos pequeño burgueses de clase media. Castells identificó un nuevo sujeto político: los movimientos sociales urbanos. A lo largo de la década de 1970, hasta los años 80, en Europa continental (y en muchas otras partes) surgieron movimientos sociales urbanos que ponían en tela de juicio al Estado y exigían una inversión continua en el consumo colectivo, una inversión continua en la clase trabajadora.
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