Abstract: | Comprender la naturaleza de un humedal exige demorar la mirada en el verde que observa el desacostumbrado ojo urbano y agudizar los oídos. El descubrimiento de los sonidos audibles que siguen al silenciamiento de los ruidos de la ciudad orientará la mirada. Trinos, croares, chicharras, grillos, búhos, cotorras, teros guardianes, aleteos o el bullicioso paso de patos en vuelo acercarán el ojo maravillado a seres multicolores y a una variedad infinita de tonos verdes, tamaños, formas y texturas de hojas, tallos, ramas y cortezas. El zumbido de una abeja nos conducirá hasta una flor o fruto silvestre. Seremos conscientes, entonces, del origen de la fragancia que trae consigo el aroma de tierra y vegetación húmedas. Respirar ese aire profundo despertará al rostro adormecido en calles encajonadas y edificios climatizados. La mirada y el cuerpo sensibilizados reconocerán entonces la levedad de la garza quieta, el vuelo de mariposas y los rayos de sol a través de las alas de las libélulas. La presencia de un mundo inasible y del cual sólo podemos intuir su asombrosa biodiversidad. |