Résumé: | Todavía recuerdo nuestras risas al subir la resbaladilla por el lugar donde debes bajar. El golpeteo de nuestros pequeños pies corriendo a toda velocidad para subir entre la inclinación y la fricción con el metal que muchas veces nos quemaba las rodillas. Las manos se agarraban con fuerza de las orillas, nos ayudaban a generar un impulso para después, estirarlos brazos y las piernas para dejarse caer sobre nuestros estómagos y así deslizarnos. Reinterpretamos el uso de la resbaladilla, inventamos nuestra propia forma de subir y bajar, nos divertíamos a la inversa. Podíamos ser nosotros mismos o talvez algún personaje de nuestro programa infantil favorito, siempre reinventando nuestras formas de jugar y de usar ese pequeño parque con juegos que se encontraba entre los edificios donde vivíamos: tres columpios, una resbaladilla, un par de sube-baja, una changuera y dos animalitos de concreto.
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