Resumen: | Las cámaras fotográficas han rondado las calles de la ciudad de México desde que el invento francés llego en el siglo XIX, entrando por el puerto de Veracruz hasta la capital de la nación. El 26 de enero de 1839, el periódico El Cosmopolita informaba que Louis Prélier, apostado frente a la catedral metropolitana, había logrado, en un acto casi prodigioso, capturar su imagen en un daguerrotipo. Desde entonces el espacio urbano y sus habitantes han sido retratados profusamente, en muchos casos con fines comerciales. Hacia finales de la década de 1940, bajo el gobierno de Miguel Alemán Váldes, cuando el progreso -entendido como un bienestar al estilo estadunidense parecía un sueño fácil de alcanzar desde la capital del país, apareció en la calle de San Juan de Letrán y sus alrededores un negocio fotográfico que logró tejer entre los retratados, la ciudad y su recuerdo un vínculo inextricable, se trata de las instantáneas del peatón. Desgraciadamente, salvo el ensayo de Sergio González Rodríguez Los paseantes, las instantáneas y el crimen, no he localizado otra fuente bibliográfica nacional que aborde el tema. Para conocer los pormenores de este negocio ha sido necesario recurrir a la memoria de aquellos que un día lo practicaron. Carlos Barrera Díaz, Adolfo Chavero y Luis Patiño Villalpando son tres fotógrafos sobrevivientes de esta historia. A partir de su testimonio, a continuación se presenta un esbozo de los pormenores del negocio y del anhelo de representación social que todo retrato parece contener. |